Vídeo de Angostura Del Orinoco (Ciudad BolÍVAR): Milagros’s trip to Ciudad Bolivar was created with TripAdvisor TripWow!
Este blog contiene información sobre la escritora venezolana Milagros Mata-Gil de Carnevali. Novelista y ensayista, articulista de opinión, conocida por sus luchas en favor de los derechos humanos y de los animales, la tolerancia, la concordia, la libertad, y también de la difusión de la cultura de Venezuela y la defensa de los artistas y trabajadores culturales.
jueves, 2 de mayo de 2013
sábado, 20 de abril de 2013
MI PAÍS DE LIBROS (MAPA FÍSICO)


I.
Aprendí a leer a muy temprana edad. Mi padrino Manuel Gil me inoculó el anhelo de leer cuando me hizo llegar unos enormes libros ilustrados con cuentos como La Cenicienta, Blanca Nieves, Hansel y Gretel, El Gato con Botas, Caperucita Roja, La Dama del Bosque, Las habichuelas mágicas, es decir, los Hermanos Grimm y Hans Christian Andersen. Mi madrina Carmen Sarabia, costurera como mi madre, me los leía en sus ratos libres, que no eran muchos para mi gusto, y a menudo dejaba la lectura para cuando me portara bien, circunstancia que era subjetiva y no calmaba mis ansias. Así que aprendí a leer, no recuerdo cómo y me libré de esas consideraciones de los adultos.
Cuando ingresé a la escuela primaria, un poco más lejos, cuando estaba en Tercer Grado, tenía a mi alcance la biblioteca del Colegio de La Divina Pastora, allá en Ciudad Bolívar. Uno pagaba un real, 0,50 de bolívar, por tener un libro durante una semana. Entonces leía muchas vidas de santos, historias sagradas y episodios de la historia universal. Leía mis libros de texto, en especial los de Secco-Ellauri y Baridon, historia y más historia: esos eran mis favoritos, junto a las biografías y autobiografías y algo de poesía mística, aunque mi madre también me enseñó varios poemas de Andrés Eloy Blanco y La oración por todos, de Andrés Bello.
Ve a rezar, hija mía. Ya es la hora
de la conciencia y del pensar profundo:
cesó el trabajo afanador y al mundo
la sombra va a colgar su pabellón.
Lee todo en: La oración por todos - Poemas de Andres Bello http://www.poemas-del-alma.com/andres-bello-la-oracion-por-todos.htm#ixzz2R1v4nR7R
Cuando pasé a Quinto Grado mi padrino me regaló una enciclopedia, El Tesoro de la Juventud, que leí con pasión, empapándome de conocimientos. Hasta que cumplí los doce años fui una niña enfermiza con una madre sobreprotectora, así que en vez de jugar al aire libre y en el glorioso patio (que aprendí luego a disfrutar) me estaba mucho rato en mi habitación, siempre leyendo. Antes de dormirme, inventaba historias que teatralizaba para mí. Era lo que mi madre llamaba la hora de Milagros, por darle nombre a esas aventuras. Ella creía firmemente en la bondad de los libros y por esa razón, cuando ya estaba en la Secundaria y disponía de una enorme biblioteca en el liceo, que decían había sido de un poeta regional, pude leer sin censura, ni orden, ni concierto, todo tipo de libros: poesía, cuentos, novelas: desde Homero hasta Balzac (un conjunto de dieciséis tomos) desde Shakespeare al y Marqués de Sade, de Lope de Vega a Bertolt Brecht, de Juan de la Cruz a Petronio, de Cervantes a Melville. Todo un mundo que absorbí ansiosamente. A los quince años ya tenía toda aquella edificación libresca, todos aquellos paisajes, todas las veredas y todos los abismos que me prepararon para la lectura de Breton, Rimbaud, Baudelaire y Verlaine: el ingreso a los mundos oscuros y a las exploraciones del subconsciente.
II.
En la Biblioteca Rómulo Gallegos, de Ciudad Bolívar, el poeta José Quiaragua daba clases nocturnas de sexto grado. Paralelamente, fue formando un grupo informal de lectores que a veces podían (podíamos) explorar nuestra escritura. Como muchos a mi edad, probé a escribir versos. Al principio, apegados a las rimas y las métricas y después, ya bajo la influencia plena del versolibrismo, auspiciando y explorando las metáforas.
Cuando me tocó escoger una carrera para continuar mis estudios, tuve ante mí dos opciones que me llamaban la atención: la historia y la literatura. Decidí lanzando una moneda al aire: literatura fue. Pero en mis análisis literarios siempre di un peso importante a los contextos históricos. Durante mis años de estudio en el Pedagógico de Caracas sistematicé las lecturas hechas: releí y releí dentro de una cronología y con unas herramientas que no había tenido. Seguí escribiendo versos, cada vez más espaciados. Otra pasión me arrebataba: el periodismo.
III.
Creo que fui una niña afortunada: mi padrino Manuel fue el gran proveedor de lecturas y discos de música clásica (esos discos de pasta de las colecciones que ofrecía la revista Selecciones) las lecturas de mi madrina Carmen y los versos que mi madre, Cira Gil, me hacía aprender de memoria. Además del acceso ilimitado a bibliotecas de privilegio y al hecho fortuito de que en mi ciudad no hubo señal de televisión hasta 1972.
Por si fuera poco, mi padre tenía un puesto de revistas y también tuve acceso ilimitado a los comics, historietas, revistas, novelas gráficas, vaqueras, románticas y fascículos de enciclopedias. La primera inversión en lecturas que realicé fueron cinco bolívares que pagué a mi papá por un tomo ilustrado con la historia de Superman.
En algún cumpleaños, me compraron El Principito, de Saint Exupery, que sigo leyendo con placer. Ese relato junto con El Lobo Estepario me ha proporcionado múltiples visiones de la vida. Las relecturas me producen ese efecto: hace unos años, estando de reposo debido a varias dolencias del cuerpo y del espíritu, me refugié en una habitación cerca de una caída de agua. El sonido del agua cayendo es muy reconfortante. Tuve a mi disposición la biblioteca que había preparado para mis hijos: releí, pues, a Julio Verne, Thomas Mann, Goethe, Stevenson, Mark Twain, Antonia Palacios, Teresa de la Parra, Rómulo Gallegos, Joseph Conrad, Herman Melville: fueron 150 libros y entre ellos el que más me impresionó fue Robinson Crusoe. Yo estaba, como aquel náufrago, en una ínsula solitaria (mas no Barataria) Y aunque los libros a mi alcance eran más de lo que él tuvo, eso no me impedía entrar y refrescarme en la Biblia. Siempre la Biblia.
IV.
Trabajaba yo en Antorcha, diario de El Tigre, en Anzoátegui, cuando Lambert Marcano, subdirector del periódico, me preguntó si había yo leído a la Generación Perdida. Él puso en mis manos Mientras agonizo, de William Faulkner. Por alguna razón, quizá debida al prejuicio contra lo norteamericano que algunos tuvimos en esos tiempos, yo había eludido con meticulosidad meterme con su literatura. Me sumergí con el placer de los aventureros y descubridores en toda esa veta que había ignorado. Qué de maravillas: los poetas, Whitman, Frost, los narradores. Todo aquel tesoro me encantó y aún me sigue encantando, ahora, cuando leo en inglés lo que antes leí en las traducciones.
El periodismo me enseñó a escribir, siempre lo digo. Pero sin esa acumulación de lecturas, mi escritura no sería lo que es hoy, si es que he alcanzado algo con ella.
Últimamente he estado preparando una galería de retratos de escritores del mundo y sus alrededores. La idea es tener a mano esas imágenes, tanto para elaborar un slideshow como para nutrir mis blogs. Tengo más de seiscientas imágenes de escrituras y referencias literarias y puedo decir que he leído todos los autores que allí se recogen. Pienso elaborar fichas biobibliográficas de esos que tengo en la imaginería y tal perspectiva me regocija …porque es un ejercicio de mi libertad. Aprendí a ser libre leyendo. Y seguiré siéndolo ahora, cuando ante mí ya se abren los colores del ocaso.
En días pasados envié a mi nieta de ocho años, un ejemplar en .pdf de El Principito y varias ilustraciones. Las tecnologías han cambiado, pero la magia es la misma. Si quieren, copien el enlace:
http://www.agirregabiria.net/g/sylvainaitor/principito.pdf
20 de abril de 2013
@milagrosmatagil
viernes, 29 de marzo de 2013
CUANDO ME VAYA (JOAN MANUEL SERRAT)

Me iré despacio un amanecer
que el sol vendrá a buscarme temprano.
Me iré desnudo, como llegué.
Lo que me diste cabe en mi mano.
Mientras tú duermes deshilaré
en tuyo y mío lo que fue nuestro
y a golpes de uñas en la pared
dejaré escrito mi último verso.
Y a la grupa
del terral, mi chalupa
de blanca vela peinará el mar.
¿Qué soledad te vendrá a buscar?
Cuando me vaya.
Cuando me vaya.
Luna tras luna, llamándome
bajarás donde el azul se rompe.
El viento te abrazará de pie
hurgando el vientre del horizonte.
Una sonrisa se esfumará
rozando el borde de los aleros.
Tu boca amarga preguntará
¿Para quién brillan hoy los luceros?
Y las olas
sembrarán caracolas
arena y algas entre tus pies.
Los besarán y se irán después
hacia otra playa.
Cuando me vaya.
Me iré silbando aquella canción
que me cantaba cuando era un crío
un marinero lleno de ron
por si en verano sentía frío.
Me iré despacio y sé que quizás
te evoque triste doblando el faro.
Después la aldea quedará atrás,
después el día será más claro.
Y ese día
dulce melancolía,
has de arrugarte junto al hogar.
Sin una astilla para quemar.
Cuando me vaya.
Cuando me vaya.
jueves, 21 de marzo de 2013
miércoles, 20 de marzo de 2013
BREVES DATOS BIOGRÁFICOS

Nací el 17 de abril de 1951, hija de Cira Gil y Jorge Mata. Durante tres años, fui hija única y desarrollé un temperamento caprichoso e iracundo que terminó por preocupar a mis padres. Recuerdo que mi madrina Carmen Sarabia me leía cuentos de hermosos libros grandes e ilustrados. Fui muy temprano a la escuela, a los cuatro años, creo. No a un jardín de infancia sino a una escuelita donde enseñaban a leer, escribir y manejar las cuatro reglas aritméticas. En aquellos días, había que esperar hasta los siete años para ingresar a la educación formal. Cuando eso sucedió, yo estaba muy adelantada para mi grado, y los maestros insistieron en promoverme dos grados, pero mi madre, sabiamente, se negó a ello. En efecto, todo lo que tenía de madurez intelectual era igualmente proporcional a mi inmadurez emocional.
No fui una niña inquieta, sino todo lo contrario. Mis rabietas y caprichos se fueron superando cuando comencé a leer. En 1959, mi familia volvió a Angostura (desde Caracas) y me inscribieron en un colegio de monjas severísimas, el Colegio de la Divina Pastora. Allí estuve hasta el sexto grado, cuando, por mi decisión, entré al Instituto de Comercio Dalla Costa, donde obtuve el título de Bachiller Comercial con muy alto promedio. En el Dalla-Costa estaba la biblioteca del poeta Héctor Guillermo Villalobos. Una biblioteca riquísima que leí poco a poco casi toda: Balzac, Flaubert, Baudelaire, Rimbaud, Petronio, Sade, pero también Ramón Díaz Sánchez y Rómulo Gallegos. Allí descubrí mi vocación de escritora, en principio, de poesía.
Estudié después en el Instituto Pedagógico de Caracas. Días felices, de aprendizaje y de las mieles del primer amor. Hubo tiempos amargos, pero yo era lo suficientemente fuerte como para soportarlo. Esos amores terminaron en una amistad como el meandro de un río. Después, me casé, tuve cinco hijos y el tiempo transcurrió. Nos mudamos a El Tigre en 1977 y, aunque muchas veces me fui a otros lares, siempre volvía allá. Estudié periodismo en la UCAB, pero me negué a graduarme, porque me parecía más divertido ejercer sin título. Todos esos años, y desde que yo tenía 13, trabajé en periódicos, desde ser correctora hasta secretaria de redacción. Eran tiempos de periodistas cultos que no habían pasado por ninguna universidad y que me enseñaron muchísimas cosas.
Mi inclinación a la investigación académica, me llevó a trabajar recogiendo letras de mare mare entre los kari'ña de Guanipa y en eso anduve entre 1978 y 1984. Ese año emblemático supuso la renuncia a toda mi vida anterior para dedicarme a la escritura.Desde entonces, vivo por y para ella.
Para poder asumir la escritura, tuve que renunciar a muchas cosas, entre ellas a mi matrimonio. Casi de inmediato me uní al poeta Néstor Rojas, que me estimuló para que escribiera con denuedo y disciplina y concursara. Después de quice años, Néstor y yo nos separamos definitivamente y cada uno buscó su vida. Mis hijos ya estaban grandes, casi todos graduados en educación superior y yo me dediqué al trabajo de creación y consolidación del Centro de Estudios Literarios de la Universidad Nacional Experimental de Guayana. Con las variaciones epocales, el CEL aún subsiste.
He sido de todo un poco y a mi manera.
En el año 2006 me casé con el doctor Enrique Carnevali Villegas y vivimos en el campo un breve lapso de perfecta felicidad. En 2007, enviudé.
Cuando gané mi primer premio en literatura, me regalaron un afiche que decía: "No dejes que una derrota te derrota; ni dejes que una conquista te conquiste".
jueves, 14 de febrero de 2013
martes, 14 de junio de 2011
lunes, 24 de mayo de 2010
DE JULIO PÁEZ Y EL GALLO PELÓN

Dedicado a todos los investigadores académicos que han hecho vida en las universidades, han construido, restaurado o mejorado una obra, un descubrimiento, y que continúan aún, a pesar de todo pesar.
Hoy a las 4:48 |
He estado estudiando estos días, releyendo un poco de la historiografía literaria venezolana, siempre vinculada con los contextos socio-políticos, y me he sorprendido de lo ignorante que soy en esos temas, de lo que uno aprende y olvida después largo, largo tiempo, del esplendor súbito y también del súbito silencio, o no tan súbito, a veces, de personas que han realizado una obra digna de reconocimiento y de un estudio más profundo.
Pienso, por ejemplo, en Gisela Kosak Rovero, porque es más cotidiano mi contacto con sus noticias. Pero pienso, y sin ningún orden cronológico, en Beatriz González Stephan, cuya obra es importantísima para la comprensión de la cultura y la literatura venezolana. Y pienso en Jean Aristiguieta y el esfuerzo valeroso que hizo desde su autoexilio, no solamente para crear su propia y personal poesía, sino para difundir la literatura venezolana. Y pienso en la eclosión cultural que hubo en Trujillo durante los siglos XIX y principios del XX. En Ángel Carnevali Monreal, fungiendo de editor a los 16 años. En su hijo, Gonzalo Carnevali Parilli, ambos escritores de preciosa tesitura, divididos entre la literatura y el compromiso político, no precisamente de cafetín. Pienso en Andrés Mata, encabalgado, como Andrés Eloy Blanco, entre el romanticismo y el modernismo, quizá menos activo políticamente, pero con una vocación editorial que ha pasado de generación en generación y con una obra poética importante que no ha sido vista con la minuciosidad que merece.
Y en que, por fortuna, la Universidad de Los Andes ha estado recogiendo. Adicionalmente, entiendo por qué en tiempos de barbarie, los monasterios y las universidades se convirtieron en el refugio y el resguardo de los acervos culturales, para que no se perdieran los productos de la civilización humana, dejándonos ante incógnitas. Ese papel, tan vital para la condición humana, lo llevan a cabo los investigadores en diferentes disciplinas, en diferentes universidades, casi humildemente. Tal el papel de Valmore Muñoz Arteaga y su rescate cuidadoso de la obra de Hesnor Rivera.
Por ese camino de reflexiones, recordé un poema que aprendí en mi adolescencia temprana:
Maté al amor con porfía
pero si resucitara
nuevamente lo matara
y luego me mataría.
Si no lo mataba, huía,
y después, para alcanzarlo
no hubiera bastado amarlo
tan apasionadamente.
¿Revivió tu amor ausente?
¿Dónde está, para matarlo?
Nada tenemos que hablar
lo que pasó, pasó ayer
ni yo te debo querer
ni tú me debes amar
No nos queda por llorar
pues lo llorado está muerto
dejemos postigo abierto
dejemos clavel cerrado
para que borre el olvido
lo que jamás fuera cierto
¿Revivió tu amor ausente?
¿Dónde está, para matarlo?
Mi corazón no reclama
lo que reclamar debiera
No sabe, por vez primera
si te olvidó, si te ama
¿Para qué el tuyo me llama
desde distancias brumosas?
¿Por qué reclamar las rosas
con tibias manos de olvido?
Maté al amor, muerte leve
le dí a oscuras y a traición
y maté mi corazón
con un puñal gris y breve.
Maté al amor, ahora llueve
dolor en mi poesía,
mas lo maté sin pensarlo,
sin sentirlo y sin llorarlo:
eso y más se merecía.
(Es increíble que lo recuerde aún, no sé más de 40 años después de que lo leyera y lo aprendiera)
Este poema lo leí y lo aprendí de aquella revista humorística, "El Gallo Pelón", donde un grupo de intelectuales se reunió para expresarse literaria y políticamente y que poca gente recuerda hoy. Lo firmaba Julio Páez y durante mucho tiempo pensé que era un pseudónimo y no me preocupé en investigar.
Pues no. Julio Páez es una persona, un intelectual que tiene una diversa y vasta obra que merece ser tratada con mayor seriedad que esta nota escrita en la insomne madrugada y que, junto con otros intelectuales, entre los cuales, casualmente, estaba Gonzalo Carnevali, dio un fuerte impulso a la cultura en Aragua. Eso nos devuelve al tema del reconocimiento y desconocimiento de la labor de los otros.
Nunca me interesó mucho la literatura de humor. Leí y disfruté "Las Celestiales", de Miguel Otero Silva. Leo hoy y disfruto, lo que escribe Laureano Márquez y, especialmente, "El Chigüire Bipolar". Me encantaba el sentido ácido del humor de Manuel Bermúdez. Hay cantidad de gente que uno lee por el placer de la ironía bien hecha, como es el caso de Simón Bocanegra. O de Luis Barrera Linares. Y disfruté mucho "El Gallo Pelón". Como uno entiende y degusta las caricaturas de Zapata, o de Rayma. Pero, por su misma naturaleza, se tiende a no tomarla seriamente, lo cual es grave, especialmente para alguien que, como yo, hizo su trabajo de graduación primero sobre la novela picaresca.
En fin, que comencé con un tema y estoy concluyendo en una serie de reflexiones un poco sinsentido. Afuera, el cielo es aún obscuro y se me ocurre la posibilidad de intentar dormir por una noche sin escuchar música. Una taza de leche caliente con mantequilla, como la preparaba mi madre, pudiera ayudar en este caso, que está ahora planteado a mi curiosidad.
MMGC
sábado, 17 de abril de 2010
SOBRE MI PROPIO OFICIO (INGRESANDO A LA EDAD VENERABLE)

Hoy hace 59 años de que mi madre me parió con dolor.He tenido una vida buena, intensa -con sufrimientos y goces, con creencias y descreencias, con ayunos y banquetes. En todo y para todo estoy preparada, digo, parafraseando a Pablo, porque todo lo puedo en Cristo, que me fortalece.
Este breve preámbulo abre la respuesta a un cuestionario que me fue enviado para que opinara sobre mi propio oficio de escribir. No es la primera vez que respondo a esa pregunta. Y a medida que pasa el tiempo, la siento cada vez más irreal. Nunca recuerdo qué escribí o declaré o aporté en alguna compilación. Así que quizá he caído en contradicciones.
En fin, que fui lectora antes que escritora. Leí afanosamente desde la infancia. Y la lista de escrituras pasa por enciclopedias, hagiografías, poemas, cuentos, novelas y relatos. Tendría 7 u 8 años cuando le mostré a la monja un corto romance en honor a la Virgen María. La monja se quedó desconcertada. Me dijo que era bonito, pero que debía dedicarme mejor a estudiar para ser una persona útil.
Ya yo tenía el suficiente entendimiento para entender dos cosas: la práctica de la escritura no era cosa buena, y, además, era una cosa inútil. Recomencé a escribir poemas a los 13 años, si mal no recuerdo, justo cuando, paralelamente, comencé a escribir artículos de opinión en "El Bolivarense", un diario de Angostura. Durante algún tiempo probé con la poesía, hasta que me dí cuenta de que me era más fácil y eficaz escribir relatos.
La vida universitaria, la tarea de estudiar en el Pedagógico de Caracas, lo que digo con muchísimo orgullo, me ayudó a consolidar esa tendencia hacia la epístola, el relato y, por supuesto, los artículos de opinión (entonces, yo sacaba diariamente, en multígrafo, una hoja de expresión política llamada "En Guardia", pero ésa es otra historia) Mi experiencia periodística había comenzado en el liceo, en realidad, donde, junto con un grupo de estudiantes, cooperé para fundar el Círculo de Literatura y Bellas Artes, con el apoyo de profesores como Ramón Rodríguez y César Quijada. Y, desde ese núcleo, publicábamos un periódico semanal y una revista semestral y monográfica.
Luego, vino un tiempo de re-formación y re-lecturas, combinado con las obligaciones de la vida adulta, de la maternidad especialmente, creo que aún muy joven como para entender tal responsabilidad. Y la obligación del trabajo. No dejé de escribir artículos de opinión, casi siempre enfocados en temas políticos. Aún me sorprende encontrar personas que me preguntan por qué ya no escribo más. Y testimonios de gente de diversa circunstancia que me expresan un reconocimiento que no sé si era merecido.
En "Antorcha", El Tigre, donde escribí mucho desde 1977, había una verdadera escuela de escritura: Lambert Marcano fue quien me puso en las manos los libros de la Generación Perdida, las exigencias de Juan Martínez, que en verdad no me tocaron, me obligaban a estar siempre en guardia, Jesús Farías y yo hacíamos un ejercicio: escribir un artículo de opinión diario de 750 palabras en 5 párrafos. Yo misma me impuse la tarea de hacer una nota de opinión diaria que se llamaba Cien Palabras. Fue una época muy fértil en el aprendizaje de la escritura y el ejercicio periodístico me afinó la capacidad de observación, que, considero yo, es fundamental para un buen contador de cuentos.
Posteriormente, hice un Taller de Narrativa en la Católica, con Manuel Bermúdez, quien estaba en desacuerdo con esa tendencia literaria que predominó en Venezuela en los 70 y parte de los 80, y hablo del siglo pasado. Soy una escritora del siglo pasado, con la inmensa curiosidad tecnológica que me lleva a explorar otras maneras de expresión. Lo cierto es que el resultado del Taller debía ser, en contraposición con la literatura de la brevedad, un texto de mínimo 50 páginas. Ese texto fue el germen de mi primera novela, "La Casa en Llamas" (1986)
Los lectores críticos, los críticos consagrados, los académicos, siempre leen (o leemos) más allá del texto. Han dicho de mis influencias de García Márquez o de Miguel Otero Silva. En verdad, no me propuse nunca tener un parentesco literario y no lo reconozco. Sí leí mucho a José Balza y le consulté muchas dudas. Y todo lo demás, bueno, en aquellos tiempos estábamos sumergidos literariamente en la atmósfera del llamado Boom Latinoamericano. Y me interesaban particularmente Vargas Llosa y Donoso. Pero leía cuanto me caía en las manos, inclusive Bárbara Cartland, Morris West, Corín Tellado y las novelas de bolsillo con tema del Lejano Oeste. No sé por cuál camino desemboqué en William Styron, en William Faulkner y en todos los escritores ingleses e irlandeses de la primera mitad del siglo 20.
Tuve una época en la cual leí mucha poesía. Y seguí escribiendo. Tomaba notas sobre el tema que me perturbaba y luego le aplicaba una estructura musical, adoptada al azar. Porque mis otras pasiones son aún hoy la música y las artes visuales (pintura, escultura, vídeos, películas, fotografías: cuando descubrí lo que se podía hacer con los sofwares de diseño y las imágenes, me dediqué a coleccionar éstas para reformarlas cuando tenía el deseo de hacerlo)
Así, escribí doce novelas, veinte cuentos, treinta artículos académicos, innumerables artículos de opinión y unos diez ensayos largos, pues los breves, ni sé. Todo eso desde 1983. Hace tres años, un acontecimiento catastrófico frenó toda esa productividad.
Miré hacia atrás y pensé que había hecho algo por mi Patria. Pues fui docente, investigadora, creadora, fundadora de centros, periodista, difusora del arte venezolano aquí y en el extranjero. Y no sentí deseos de hacer otra cosa, sino morir.
Pero la vida siempre surge por alguna parte... Tal vez no vuelva a escribir narrativa, porque siento que cerré ese ciclo. Pero he vuelto al ensayo y al artículo periodístico. Esta mañana, pensaba que aún me quedaban unos seis años más de vida, según mi deseo (pero Dios sabe) y pensé en cuanto tenía aún por desarrollar y hacer crecer, especialmente en el campo de la formación, pues en estos tiempos de la cólera (de la ira, de la sangre, del dengue y el paludismo) aún brotan aquí y allá escritores que han dejado de tener guía y que son presa fácil para ese devorador que los absorba y los convierta en panfletistas, o los esterilice, los liquide para siempre.
Dios me dio el don de la escritura y lo hizo cuando me diseñó y me implantó en el vientre de Cira, mi madre, que me parió con inmenso dolor. Pobre madre mía, nunca la entendí. Y me dio las posibilidades de desarrollarlo y la inteligencia para hacerlo. No puedo dejar esa herencia a nadie. Así que no está mal recordar de dónde vine y adónde voy, y tocar esas plantitas débiles y vigorizarlas, devolviendo lo que otros hicieron por mí.
MMGC
lunes, 7 de septiembre de 2009
Suscribirse a:
Entradas (Atom)