sábado, 20 de abril de 2013

MI PAÍS DE LIBROS (MAPA FÍSICO)



I.

Aprendí a leer a muy temprana edad. Mi padrino Manuel Gil me inoculó el anhelo de leer cuando me hizo llegar unos enormes libros ilustrados con cuentos como La Cenicienta, Blanca Nieves, Hansel y Gretel, El Gato con Botas, Caperucita Roja, La Dama del Bosque, Las habichuelas mágicas, es decir, los Hermanos Grimm y Hans Christian Andersen. Mi madrina Carmen Sarabia, costurera como mi madre, me los leía en sus ratos libres, que no eran muchos para mi gusto, y a menudo dejaba la lectura para cuando me portara bien, circunstancia que era subjetiva y no calmaba mis ansias. Así que aprendí a leer, no recuerdo cómo y me libré de esas consideraciones de los adultos.

Cuando ingresé a la escuela primaria, un poco más lejos, cuando estaba en Tercer Grado, tenía a mi alcance la biblioteca del Colegio de La Divina Pastora, allá en Ciudad Bolívar. Uno pagaba un real, 0,50 de bolívar, por tener un libro durante una semana. Entonces leía muchas vidas de santos, historias sagradas y episodios de la historia universal. Leía mis libros de texto, en especial los de Secco-Ellauri y Baridon, historia y más historia: esos eran mis favoritos, junto a las biografías y autobiografías y algo de poesía mística, aunque mi madre también me enseñó varios poemas de Andrés Eloy Blanco y La oración por todos, de Andrés Bello.

Ve a rezar, hija mía. Ya es la hora
de la conciencia y del pensar profundo:
cesó el trabajo afanador y al mundo
la sombra va a colgar su pabellón.

Lee todo en: La oración por todos - Poemas de Andres Bello http://www.poemas-del-alma.com/andres-bello-la-oracion-por-todos.htm#ixzz2R1v4nR7R

Cuando pasé a Quinto Grado mi padrino me regaló una enciclopedia, El Tesoro de la Juventud, que leí con pasión, empapándome de conocimientos. Hasta que cumplí los doce años fui una niña enfermiza con una madre sobreprotectora, así que en vez de jugar al aire libre y en el glorioso patio (que aprendí luego a disfrutar) me estaba mucho rato en mi habitación, siempre leyendo. Antes de dormirme, inventaba historias que teatralizaba para mí. Era lo que mi madre llamaba la hora de Milagros, por darle nombre a esas aventuras. Ella creía firmemente en la bondad de los libros y por esa razón, cuando ya estaba en la Secundaria y disponía de una enorme biblioteca en el liceo, que decían había sido de un poeta regional, pude leer sin censura, ni orden, ni concierto, todo tipo de libros: poesía, cuentos, novelas: desde Homero hasta Balzac (un conjunto de dieciséis tomos) desde Shakespeare al y Marqués de Sade, de Lope de Vega a Bertolt Brecht, de Juan de la Cruz a Petronio, de Cervantes a Melville. Todo un mundo que absorbí ansiosamente. A los quince años ya tenía toda aquella edificación libresca, todos aquellos paisajes, todas las veredas y todos los abismos que me prepararon para la lectura de Breton, Rimbaud, Baudelaire y Verlaine: el ingreso a los mundos oscuros y a las exploraciones del subconsciente.

II.

En la Biblioteca Rómulo Gallegos, de Ciudad Bolívar, el poeta José Quiaragua daba clases nocturnas de sexto grado. Paralelamente, fue formando un grupo informal de lectores que a veces podían (podíamos) explorar nuestra escritura. Como muchos a mi edad, probé a escribir versos. Al principio, apegados a las rimas y las métricas y después, ya bajo la influencia plena del versolibrismo, auspiciando y explorando las metáforas.
Cuando me tocó escoger una carrera para continuar mis estudios, tuve ante mí dos opciones que me llamaban la atención: la historia y la literatura. Decidí lanzando una moneda al aire: literatura fue. Pero en mis análisis literarios siempre di un peso importante a los contextos históricos. Durante mis años de estudio en el Pedagógico de Caracas sistematicé las lecturas hechas: releí y releí dentro de una cronología y con unas herramientas que no había tenido. Seguí escribiendo versos, cada vez más espaciados. Otra pasión me arrebataba: el periodismo.

III.

Creo que fui una niña afortunada: mi padrino Manuel fue el gran proveedor de lecturas y discos de música clásica (esos discos de pasta de las colecciones que ofrecía la revista Selecciones) las lecturas de mi madrina Carmen y los versos que mi madre, Cira Gil, me hacía aprender de memoria. Además del acceso ilimitado a bibliotecas de privilegio y al hecho fortuito de que en mi ciudad no hubo señal de televisión hasta 1972.
Por si fuera poco, mi padre tenía un puesto de revistas y también tuve acceso ilimitado a los comics, historietas, revistas, novelas gráficas, vaqueras, románticas y fascículos de enciclopedias. La primera inversión en lecturas que realicé fueron cinco bolívares que pagué a mi papá por un tomo ilustrado con la historia de Superman.

En algún cumpleaños, me compraron El Principito, de Saint Exupery, que sigo leyendo con placer. Ese relato junto con El Lobo Estepario me ha proporcionado múltiples visiones de la vida. Las relecturas me producen ese efecto: hace unos años, estando de reposo debido a varias dolencias del cuerpo y del espíritu, me refugié en una habitación cerca de una caída de agua. El sonido del agua cayendo es muy reconfortante. Tuve a mi disposición la biblioteca que había preparado para mis hijos: releí, pues, a Julio Verne, Thomas Mann, Goethe, Stevenson, Mark Twain, Antonia Palacios, Teresa de la Parra, Rómulo Gallegos, Joseph Conrad, Herman Melville: fueron 150 libros y entre ellos el que más me impresionó fue Robinson Crusoe. Yo estaba, como aquel náufrago, en una ínsula solitaria (mas no Barataria) Y aunque los libros a mi alcance eran más de lo que él tuvo, eso no me impedía entrar y refrescarme en la Biblia. Siempre la Biblia.

IV.

Trabajaba yo en Antorcha, diario de El Tigre, en Anzoátegui, cuando Lambert Marcano, subdirector del periódico, me preguntó si había yo leído a la Generación Perdida. Él puso en mis manos Mientras agonizo, de William Faulkner. Por alguna razón, quizá debida al prejuicio contra lo norteamericano que algunos tuvimos en esos tiempos, yo había eludido con meticulosidad meterme con su literatura. Me sumergí con el placer de los aventureros y descubridores en toda esa veta que había ignorado. Qué de maravillas: los poetas, Whitman, Frost, los narradores. Todo aquel tesoro me encantó y aún me sigue encantando, ahora, cuando leo en inglés lo que antes leí en las traducciones.

El periodismo me enseñó a escribir, siempre lo digo. Pero sin esa acumulación de lecturas, mi escritura no sería lo que es hoy, si es que he alcanzado algo con ella.

Últimamente he estado preparando una galería de retratos de escritores del mundo y sus alrededores. La idea es tener a mano esas imágenes, tanto para elaborar un slideshow como para nutrir mis blogs. Tengo más de seiscientas imágenes de escrituras y referencias literarias y puedo decir que he leído todos los autores que allí se recogen. Pienso elaborar fichas biobibliográficas de esos que tengo en la imaginería y tal perspectiva me regocija …porque es un ejercicio de mi libertad. Aprendí a ser libre leyendo. Y seguiré siéndolo ahora, cuando ante mí ya se abren los colores del ocaso.

En días pasados envié a mi nieta de ocho años, un ejemplar en .pdf de El Principito y varias ilustraciones. Las tecnologías han cambiado, pero la magia es la misma. Si quieren, copien el enlace:

http://www.agirregabiria.net/g/sylvainaitor/principito.pdf

20 de abril de 2013

@milagrosmatagil

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RETRATO

MILAGROS MATA GIL