lunes, 24 de mayo de 2010

DE JULIO PÁEZ Y EL GALLO PELÓN




Dedicado a todos los investigadores académicos que han hecho vida en las universidades, han construido, restaurado o mejorado una obra, un descubrimiento, y que continúan aún, a pesar de todo pesar.


Hoy a las 4:48 |
He estado estudiando estos días, releyendo un poco de la historiografía literaria venezolana, siempre vinculada con los contextos socio-políticos, y me he sorprendido de lo ignorante que soy en esos temas, de lo que uno aprende y olvida después largo, largo tiempo, del esplendor súbito y también del súbito silencio, o no tan súbito, a veces, de personas que han realizado una obra digna de reconocimiento y de un estudio más profundo.

Pienso, por ejemplo, en Gisela Kosak Rovero, porque es más cotidiano mi contacto con sus noticias. Pero pienso, y sin ningún orden cronológico, en Beatriz González Stephan, cuya obra es importantísima para la comprensión de la cultura y la literatura venezolana. Y pienso en Jean Aristiguieta y el esfuerzo valeroso que hizo desde su autoexilio, no solamente para crear su propia y personal poesía, sino para difundir la literatura venezolana. Y pienso en la eclosión cultural que hubo en Trujillo durante los siglos XIX y principios del XX. En Ángel Carnevali Monreal, fungiendo de editor a los 16 años. En su hijo, Gonzalo Carnevali Parilli, ambos escritores de preciosa tesitura, divididos entre la literatura y el compromiso político, no precisamente de cafetín. Pienso en Andrés Mata, encabalgado, como Andrés Eloy Blanco, entre el romanticismo y el modernismo, quizá menos activo políticamente, pero con una vocación editorial que ha pasado de generación en generación y con una obra poética importante que no ha sido vista con la minuciosidad que merece.

Y en que, por fortuna, la Universidad de Los Andes ha estado recogiendo. Adicionalmente, entiendo por qué en tiempos de barbarie, los monasterios y las universidades se convirtieron en el refugio y el resguardo de los acervos culturales, para que no se perdieran los productos de la civilización humana, dejándonos ante incógnitas. Ese papel, tan vital para la condición humana, lo llevan a cabo los investigadores en diferentes disciplinas, en diferentes universidades, casi humildemente. Tal el papel de Valmore Muñoz Arteaga y su rescate cuidadoso de la obra de Hesnor Rivera.

Por ese camino de reflexiones, recordé un poema que aprendí en mi adolescencia temprana:

Maté al amor con porfía
pero si resucitara
nuevamente lo matara
y luego me mataría.

Si no lo mataba, huía,
y después, para alcanzarlo
no hubiera bastado amarlo
tan apasionadamente.

¿Revivió tu amor ausente?
¿Dónde está, para matarlo?

Nada tenemos que hablar
lo que pasó, pasó ayer
ni yo te debo querer
ni tú me debes amar

No nos queda por llorar
pues lo llorado está muerto
dejemos postigo abierto
dejemos clavel cerrado
para que borre el olvido
lo que jamás fuera cierto

¿Revivió tu amor ausente?
¿Dónde está, para matarlo?

Mi corazón no reclama
lo que reclamar debiera
No sabe, por vez primera
si te olvidó, si te ama

¿Para qué el tuyo me llama
desde distancias brumosas?
¿Por qué reclamar las rosas
con tibias manos de olvido?

Maté al amor, muerte leve
le dí a oscuras y a traición
y maté mi corazón
con un puñal gris y breve.

Maté al amor, ahora llueve
dolor en mi poesía,
mas lo maté sin pensarlo,
sin sentirlo y sin llorarlo:
eso y más se merecía.

(Es increíble que lo recuerde aún, no sé más de 40 años después de que lo leyera y lo aprendiera)


Este poema lo leí y lo aprendí de aquella revista humorística, "El Gallo Pelón", donde un grupo de intelectuales se reunió para expresarse literaria y políticamente y que poca gente recuerda hoy. Lo firmaba Julio Páez y durante mucho tiempo pensé que era un pseudónimo y no me preocupé en investigar.

Pues no. Julio Páez es una persona, un intelectual que tiene una diversa y vasta obra que merece ser tratada con mayor seriedad que esta nota escrita en la insomne madrugada y que, junto con otros intelectuales, entre los cuales, casualmente, estaba Gonzalo Carnevali, dio un fuerte impulso a la cultura en Aragua. Eso nos devuelve al tema del reconocimiento y desconocimiento de la labor de los otros.

Nunca me interesó mucho la literatura de humor. Leí y disfruté "Las Celestiales", de Miguel Otero Silva. Leo hoy y disfruto, lo que escribe Laureano Márquez y, especialmente, "El Chigüire Bipolar". Me encantaba el sentido ácido del humor de Manuel Bermúdez. Hay cantidad de gente que uno lee por el placer de la ironía bien hecha, como es el caso de Simón Bocanegra. O de Luis Barrera Linares. Y disfruté mucho "El Gallo Pelón". Como uno entiende y degusta las caricaturas de Zapata, o de Rayma. Pero, por su misma naturaleza, se tiende a no tomarla seriamente, lo cual es grave, especialmente para alguien que, como yo, hizo su trabajo de graduación primero sobre la novela picaresca.

En fin, que comencé con un tema y estoy concluyendo en una serie de reflexiones un poco sinsentido. Afuera, el cielo es aún obscuro y se me ocurre la posibilidad de intentar dormir por una noche sin escuchar música. Una taza de leche caliente con mantequilla, como la preparaba mi madre, pudiera ayudar en este caso, que está ahora planteado a mi curiosidad.

MMGC

RETRATO

MILAGROS MATA GIL