sábado, 17 de abril de 2010

SOBRE MI PROPIO OFICIO (INGRESANDO A LA EDAD VENERABLE)




Hoy hace 59 años de que mi madre me parió con dolor.He tenido una vida buena, intensa -con sufrimientos y goces, con creencias y descreencias, con ayunos y banquetes. En todo y para todo estoy preparada, digo, parafraseando a Pablo, porque todo lo puedo en Cristo, que me fortalece.

Este breve preámbulo abre la respuesta a un cuestionario que me fue enviado para que opinara sobre mi propio oficio de escribir. No es la primera vez que respondo a esa pregunta. Y a medida que pasa el tiempo, la siento cada vez más irreal. Nunca recuerdo qué escribí o declaré o aporté en alguna compilación. Así que quizá he caído en contradicciones.

En fin, que fui lectora antes que escritora. Leí afanosamente desde la infancia. Y la lista de escrituras pasa por enciclopedias, hagiografías, poemas, cuentos, novelas y relatos. Tendría 7 u 8 años cuando le mostré a la monja un corto romance en honor a la Virgen María. La monja se quedó desconcertada. Me dijo que era bonito, pero que debía dedicarme mejor a estudiar para ser una persona útil.

Ya yo tenía el suficiente entendimiento para entender dos cosas: la práctica de la escritura no era cosa buena, y, además, era una cosa inútil. Recomencé a escribir poemas a los 13 años, si mal no recuerdo, justo cuando, paralelamente, comencé a escribir artículos de opinión en "El Bolivarense", un diario de Angostura. Durante algún tiempo probé con la poesía, hasta que me dí cuenta de que me era más fácil y eficaz escribir relatos.

La vida universitaria, la tarea de estudiar en el Pedagógico de Caracas, lo que digo con muchísimo orgullo, me ayudó a consolidar esa tendencia hacia la epístola, el relato y, por supuesto, los artículos de opinión (entonces, yo sacaba diariamente, en multígrafo, una hoja de expresión política llamada "En Guardia", pero ésa es otra historia) Mi experiencia periodística había comenzado en el liceo, en realidad, donde, junto con un grupo de estudiantes, cooperé para fundar el Círculo de Literatura y Bellas Artes, con el apoyo de profesores como Ramón Rodríguez y César Quijada. Y, desde ese núcleo, publicábamos un periódico semanal y una revista semestral y monográfica.

Luego, vino un tiempo de re-formación y re-lecturas, combinado con las obligaciones de la vida adulta, de la maternidad especialmente, creo que aún muy joven como para entender tal responsabilidad. Y la obligación del trabajo. No dejé de escribir artículos de opinión, casi siempre enfocados en temas políticos. Aún me sorprende encontrar personas que me preguntan por qué ya no escribo más. Y testimonios de gente de diversa circunstancia que me expresan un reconocimiento que no sé si era merecido.

En "Antorcha", El Tigre, donde escribí mucho desde 1977, había una verdadera escuela de escritura: Lambert Marcano fue quien me puso en las manos los libros de la Generación Perdida, las exigencias de Juan Martínez, que en verdad no me tocaron, me obligaban a estar siempre en guardia, Jesús Farías y yo hacíamos un ejercicio: escribir un artículo de opinión diario de 750 palabras en 5 párrafos. Yo misma me impuse la tarea de hacer una nota de opinión diaria que se llamaba Cien Palabras. Fue una época muy fértil en el aprendizaje de la escritura y el ejercicio periodístico me afinó la capacidad de observación, que, considero yo, es fundamental para un buen contador de cuentos.

Posteriormente, hice un Taller de Narrativa en la Católica, con Manuel Bermúdez, quien estaba en desacuerdo con esa tendencia literaria que predominó en Venezuela en los 70 y parte de los 80, y hablo del siglo pasado. Soy una escritora del siglo pasado, con la inmensa curiosidad tecnológica que me lleva a explorar otras maneras de expresión. Lo cierto es que el resultado del Taller debía ser, en contraposición con la literatura de la brevedad, un texto de mínimo 50 páginas. Ese texto fue el germen de mi primera novela, "La Casa en Llamas" (1986)

Los lectores críticos, los críticos consagrados, los académicos, siempre leen (o leemos) más allá del texto. Han dicho de mis influencias de García Márquez o de Miguel Otero Silva. En verdad, no me propuse nunca tener un parentesco literario y no lo reconozco. Sí leí mucho a José Balza y le consulté muchas dudas. Y todo lo demás, bueno, en aquellos tiempos estábamos sumergidos literariamente en la atmósfera del llamado Boom Latinoamericano. Y me interesaban particularmente Vargas Llosa y Donoso. Pero leía cuanto me caía en las manos, inclusive Bárbara Cartland, Morris West, Corín Tellado y las novelas de bolsillo con tema del Lejano Oeste. No sé por cuál camino desemboqué en William Styron, en William Faulkner y en todos los escritores ingleses e irlandeses de la primera mitad del siglo 20.

Tuve una época en la cual leí mucha poesía. Y seguí escribiendo. Tomaba notas sobre el tema que me perturbaba y luego le aplicaba una estructura musical, adoptada al azar. Porque mis otras pasiones son aún hoy la música y las artes visuales (pintura, escultura, vídeos, películas, fotografías: cuando descubrí lo que se podía hacer con los sofwares de diseño y las imágenes, me dediqué a coleccionar éstas para reformarlas cuando tenía el deseo de hacerlo)

Así, escribí doce novelas, veinte cuentos, treinta artículos académicos, innumerables artículos de opinión y unos diez ensayos largos, pues los breves, ni sé. Todo eso desde 1983. Hace tres años, un acontecimiento catastrófico frenó toda esa productividad.

Miré hacia atrás y pensé que había hecho algo por mi Patria. Pues fui docente, investigadora, creadora, fundadora de centros, periodista, difusora del arte venezolano aquí y en el extranjero. Y no sentí deseos de hacer otra cosa, sino morir.

Pero la vida siempre surge por alguna parte... Tal vez no vuelva a escribir narrativa, porque siento que cerré ese ciclo. Pero he vuelto al ensayo y al artículo periodístico. Esta mañana, pensaba que aún me quedaban unos seis años más de vida, según mi deseo (pero Dios sabe) y pensé en cuanto tenía aún por desarrollar y hacer crecer, especialmente en el campo de la formación, pues en estos tiempos de la cólera (de la ira, de la sangre, del dengue y el paludismo) aún brotan aquí y allá escritores que han dejado de tener guía y que son presa fácil para ese devorador que los absorba y los convierta en panfletistas, o los esterilice, los liquide para siempre.

Dios me dio el don de la escritura y lo hizo cuando me diseñó y me implantó en el vientre de Cira, mi madre, que me parió con inmenso dolor. Pobre madre mía, nunca la entendí. Y me dio las posibilidades de desarrollarlo y la inteligencia para hacerlo. No puedo dejar esa herencia a nadie. Así que no está mal recordar de dónde vine y adónde voy, y tocar esas plantitas débiles y vigorizarlas, devolviendo lo que otros hicieron por mí.

MMGC

RETRATO

MILAGROS MATA GIL